El ser humano, como ser social que es, se relaciona en el trabajo y en la vida ordinaria integrándose en equipos, bien sean los deportivos, asociaciones de barrio, grupos de actividades, equipos de trabajo empresariales, etc.
Pero, ¿qué entendemos por equipo?
Podemos encontrar múltiples definiciones al concepto equipo, pero nos inclinaremos por definir un equipo como un conjunto de personas que comparte una visión u objetivo común, relacionándose entre sí mediante actividades interdependientes e influyendo su actuación en los demás miembros y en el resultado común.
De este modo, los integrantes se ven a sí mismos como una misma unidad.
Analizando la anterior definición, las notas características del equipo serían:
- Comparten una misma visión u objetivo.
- Interrelación dentro del equipo.
- Influencia en el resultado del equipo.
Analizando más a fondo los anteriores elementos característicos, nos sugiere otros términos de los que se podría hablar, como el liderazgo, la confianza, el reparto de roles dentro del equipo, la comunicación entre sus miembros, los valores o cómo se entiende que uno debe comportarse ante el resto de miembros y ante el exterior, etc.
Pero en esta publicación abordaremos el contagio emocional, la influencia de algún/os miembro/s en los demás, o del resto de miembros en un individuo por separado.
El contagio emocional
Cada uno de nosotros influimos en el estado de ánimo del entorno que nos rodea, compartamos o no el mismo equipo. El ejemplo más palpable lo vemos cuando nos encontramos en un ambiente en el que impera la risa y la felicidad, y sucumbimos al efecto contagio. A una sonrisa se la responde con otra de forma inconsciente, lo que pudiera hacer que la risa sea el termómetro más fiel de la temperatura emocional del grupo de trabajo, ya que aporta una medida del grado de conexión existente entre sus miembros, además de por ser un valor positivo en el equipo, estableciéndose así un estado de ánimo compartido por contagio emocional.
Obviamente, otros estados de ánimo también son susceptibles de ejercer el contagio emocional, como el miedo, la tristeza, la ira, la sorpresa, el asco, la culpa, la seguridad, la curiosidad o la admiración.
El principal hallazgo que justifica este contagio emocional se encuentra en las neuronas espejo, un mecanismo que explica la tendencia de una persona a adoptar los sentimientos de otra, especialmente cuando éstos se expresan de manera vehemente. Las neuronas espejo rastrean el flujo emocional, los gestos, el tono de voz, los movimientos posturales e incluso las intenciones de la persona con la que estamos, y generan en nuestro propio cerebro el estado de ánimo detectado, al estimular en él las mismas áreas activas en la otra persona.
Generalmente, estos estados de ánimo los comparte todo el equipo, es decir, unos se irían contagiando a otros, de ahí la importancia de las emociones expresadas por el líder del mismo, marcando la tendencia a una determinada emocionalidad del colectivo. Socialmente se refleja en el dicho «dime con quién andas y te diré quién eres».
¿Podemos modificar nuestro estado de ánimo?
El ser humano es capaz de experimentar una variada gama de emociones, si bien son unos cuantos estados de ánimo los que tienden a gobernar nuestro comportamiento con el entorno, lo que contribuye a definir nuestro carácter.
En la vida hay circunstancias susceptibles de ser cambiadas y otras no, lo que también influye en la gestión de nuestros anhelos y frustraciones.
Así, podemos cambiar de profesión, de residencia, podemos variar los integrantes de nuestro equipo de trabajo, pero no podemos cambiar de padres, modificar los resultados de un ejercicio económico empresariaal, cambiar el carácter de nuestro jefe, los valores culturales de la empresa ni aumentar sensiblemente nuestra estatura.
En definitiva, no podemos modificar los hechos, ni a otra persona ni nuestro pasado.
Así, nos encontramos con dos posibles actitudes:
- Aceptar o no que hay cosas que podemos cambiar y otras no.
- Ser o no capaces de ver que hay situaciones que podemos cambiar y otras no.
Poniendo esos cuatro escenarios en una matriz de doble entrada, tendremos los siguientes 4 estados de ánimo básicos:
- 1.- RESENTIMIENTO.- No puedo cambiar una situación ni acepto tal posibilidad. Es la situación propia del que se siente esclavo, quien no acepta una ofensa grave y no puede hacer nada por cambiarlo, que está atado de pies y manos y no se resigna. Vive obsesionado con ajustar cuentas con quien considera culpable de su situación. y no le permite focalizarse en acciones positivas, lo que le hace vivir atormentado. Dentro de un equipo, el resentido es un ancla en el pasado que impide avanzar al colectivo en pos del objetivo.
- 2.- PAZ.- Somos conscientes de que hay algo que no podemos cambiar, y lo aceptamos, huímos del resentimiento mediante el perdón a quien nos ha ocasionado el mal, pues el perdón en un factor liberador de culpas hacia el otro y sobre todo hacia uno mismo, soltando esas amarras que nos anclaban al negativismo y pasando página. Nos olvidamos de expresiones tortuosas como «si hubiera hecho», «no es justo» o «¿por qué a mí?».
- 3.- RESIGNACIÓN.- Existe una situación que sí es modificable, pero no aceptamos que seamos capaces de afrontar ese cambio. Este estado de ánimo nos deja inútiles y con poca autoestima, cegándonos a nuestras posibilidades reales de crecer y avanzar hacia los resultados. Constituye un freno al equipo, culpando a las circunstancias externas de su inacción, con el consiguiente contagio emocional del resto de integrantes.
- 4.- ENTUSIASMO.- Somos perfectos conocedores de nuestra capacidad de modificar una situación y lo asumimos abordando el reto. Aquí es donde verdaderamente existe un contagio emocional que potencia el valor del equipo más allá del sumatorio de aportaciones individuales, desplegándose las velas del colectivo ante un viento de popa generado por el positivo estado de ánimo que inunda el espíritu de sus integrantes, Ante esta situación, no hay reto que se resista a su consecución.
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